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I. El Pedo Electromagnético

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Pozo Amargo. Una de las pocas ciudades que quedaban medio-enteras en el mundo después del EMP. No me preguntéis de dónde sacaron el nombre los "iluminados" que se lo pusieron. Nunca lo he sabido, y nunca me ha importado. Pero desde luego, le iba como dedo al culo. Una vez supe su antiguo nombre, el que todo el mundo le ponía cuando iba en coche o la buscaba en Google Maps. Sí, Google Maps... Menudo flashback , ¿eh? Ahora ya no me acuerdo. Para mi, Pozo Amargo sigue siendo y será Pozo Amargo, hasta que la palme. La ciudad de la civilización a. EMP. En resumen: un nido infecto y deprimente, lleno de ratas metafóricas y literales que se cobijaba en casas que no eran suyas y edificios abandonados o saqueados; intentando aparentar que podían seguir llevando vidas normales.  ¡Pffff...! Ah, sí. Me llamo Derek. Y soy uno de esos pocos supervivientes que aún puede rajar lo suficiente como para contar su historia. No os prometo que no se me vaya la pelota en algún mome

Blooderflies: Prólogo

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Un silencio aplastante reinaba en el interior del edificio en ruinas. La penumbra abrazaba todo, desde el suelo hasta las columnas, siendo el marco perfecto de la única imagen que resaltaba en su centro, la única cosa que a él le importaba. El hombre tatuado no hablaba. El hombre tatuado no se movía. El hombre tatuado parecía no respirar. Se esperaba una trampa, quizá un truco. Ya había visto de lo que era capaz. No podía saber, de ninguna manera, si estaba volviendo a ser víctima de un espejismo, o de un sueño. Si quizá no estaba siguiendo los pasos perfectamente planeados por su adversario, siendo atraído sin saberlo como una polilla hacia la letal llama de la vela. Se movió, lentamente, en silencio, pisando con tanto cuidado que hasta sus pies parecieron fundirse con el suelo. Se apoyó tras una columna, observando en la distancia la figura iluminada por el único haz de luz, frío y mortecino, que se filtraba a través del techo semiderruido. El hombre tatuado mirab

El Tesoro de la Diosa

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Sentir la tira de cuero ajustándose a su cuello bastó para que todo su cuerpo se estremeciera y el ya familiar hormigueo de la anticipación comenzara a aflorar entre sus piernas. Se sintió culpable por ello. Un suave tirón de la cuerda que venía unida al collar bastó para que la muchacha comenzara a andar. Tenía los ojos vendados, como ya era costumbre. Mas a pesar de no poder ver nada, sabía perfectamente dónde estaba. Ya había aprendido a contar mentalmente los pasos que daba, la dirección que tomaban sus pies en cada giro. Treinta y dos pasos rectos nada más salir de su celda, giro a la derecha y de nuevo recto durante otros catorce, antes de girar a la izquierda… Reconoció el familiar goteo que siempre sonaba en aquella parte del pasillo. No tardó en alcanzar la esperada escalera, escuchando el crepitar de la antorcha que llevaba su portador, a medida que el abrumador eco de la mazmorra empequeñecía en sus oídos mientras ascendían. Se abrió la pesada puerta reforzada

IV. Boh Barih

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— Auch... — ¿Quieres dejar de protestar ya? — bufó Tahira después de que Faruq se quejara por enésima vez, mientras le cosía el hombro. El joven sonrió, y así ella supo que lo hacía a propósito. Ponía todo el cuidado y esmero del mundo en hacer su trabajo sin hacerle daño, siempre. Pero él parecía encontrar inexplicablemente divertido el hecho de intentar ponerla nerviosa. — Ni que fueras un niño. La próxima vez, que te remiende Dumah. — Uf... — Faruq puso mala cara sólo de pensarlo y negó con la cabeza. — Está bien, lo siento. Y gracias... —. Bajó la mirada y le dedicó una sonrisa agradecida. Tahira maldijo interiormente la habilidad que tenía para hechizarla con sus ojos verdes, haciéndose ver irresistiblemente adorable. ¡Qué impropio de un hombre! Y a la vez... Qué efectivo. — Esta vez te quedará cicatriz — comentó, acariciando la piel tostada del hombro de Faruq con las yemas de los dedos, repasando los contornos de sus tatuajes. — Mejor. Una historia más que contarle a

III. Kaitif shalai gize

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Las dunas danzaban de noche. En la clara oscuridad, con la luna creciente en lo alto, se podía apreciar con facilidad. Su paso era lento, uniforme, sólo perceptible para aquellos que sabían esperar. El mar de arena reflejaba el brillo plateado del sagrado astro, y mostraba las fantasmagóricas estelas del polvo arrastrado por una brisa moderada, rayana en la molestia para el grupo tribal que se agazapaba, acechante, en la oscuridad. No se movían, semienterrados en la arena, fundiéndose con la escasa vegetación. Sólo las dunas se movían, silenciosas, a su alrededor. Faruq estaba entre ellos. Junto a su viejo amigo, Kiba, era el más joven del grupo. Seguían en edad (y con distancia) a Maboq, y a la líder del grupo, Dumah. Era de las pocas mujeres de las tribus dedicadas a la caza y al combate. Un camino que sólo unas pocas elegían, bien porque habían fallado en su zueban zehir , bien porque habían perdido a su pareja o familia, o sencillamente porque lo habían elegido así. El motiv

II. Zueban zehir

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Los tambores marcaban un ritmo tenso en la noche, mezclando timbres de todos los colores: desde profundos y marcados, a cacharreantes y rápidos. Hacían temblar hasta la arena bajo sus pies. De vez en cuando se alzaba algún cántico sobre el estruendo, marcando cambios de ritmos inesperados, y haciendo que todas las cabezas se movieran al compás. Faruq intentó tragar saliva, pero sentía la boca seca. Sentía todo el peso de las miradas de la tribu sobre él. Un gran círculo se abría en el centro del poblado, y las antorchas que la mayoría sostenía arrojaba una luz intensamente naranja y trémula, haciendo que las sombras se multiplicaran a su alrededor y todo cobrara una aspecto aún más irreal, por si con el atronador sonido de los tambores no tenía suficiente. El sudor que perlaba su frente se deslizó fríamente por su rostro aún aniñado, pintado con los motivos de la serpiente. El corazón le palpitaba tan fuerte que pensaba que se le iba a salir por la boca. Estaba muy nervioso, p