Ojos ambarinos

Autor: GatoCebolleto
Ambientación: Vampiro: La Mascarada (juego de rol)



El frío de la noche recién caída revuelve mis bucles color ébano con una caricia que anhelo desde hace muchos, muchos años. Observo sin demasiada atención a la gente que pasa bajo mi balcón, moviéndose deprisa, encogidos bajo sus capas de ropa, tiritando y echando vaho por la boca a causa del frío. Sonrío, mientras pienso en la ironía de la situación: hace años, yo también hubiese sido una de esas mujeres que soportan pesados abrigos, o se pegan a los brazos de sus acompañantes para combatir el frío invernal.
Pero ya no. No desde que mi cuerpo permanece siempre un par de grados bajo la temperatura ambiental.

Miro al final de la calle, entornando mis ojos de oro líquido. Incluso desde aquí soy capaz de percibir cada hoja del árbol que crece, esmirriado, al final de la manzana. Soy capaz de escuchar el murmullo de cada hoja moverse por acto de la brisa que recorre las calles de esta ciudad, puedo entender a la perfección cada susurro, risa o cuchicheo de cada persona que pasa por allí. Juraría que puedo adivinar con total exactitud cuántos coches esperan impacientes a que el semáforo cambie de color, diferenciando el rugido de sus motores… Sí, podría hacer muchas cosas como estas o mejores. Es uno de los beneficios de estar muerta. Pero aquí y ahora, atrapada en mis veintidós años eternos, esto carece ya de sentido lúdico, para pasar a ser una costumbre más.
Cuando retiro la vista, para volver a perderla en la infinitud, le veo. Enfrente de mí, como si así el destino lo hubiese querido. Contengo la respiración. Probablemente hubiera muerto sin aire, de no ser porque mi vida ya no depende de si respiro o no. Mi corazón se hubiese acelerado de golpe, si aún siguiera vivo. No puedo evitar perderme en su mirada. Sé que él sólo puede apreciar unos pocos detalles de mí: pelo largo, rizado e indomable, cayendo en desorden sobre mis hombros; el vestido de satén negro, ajustado a un cuerpo de proporciones perfectas, contrastando con mi fría piel marmórea; mis facciones suaves y bien proporcionadas, mis labios gruesos y deseables… Puedo leer en sus ojos castaños cómo bebe de mi imagen como quién está viendo un espejismo etéreo que amenaza con desaparecer en cualquier momento.
Sonrío con calidez, y él me devuelve la sonrisa.
Y en ese momento me enamoro de él.

Me retiro del balcón, dirigiéndole una última mirada que se debate entre la picardía y la complicidad. Salgo de mi habitación sumida en penumbra, y atravieso el pasillo sin hacer un solo ruido, como una sinuosa sombra que quiere fundirse con la oscuridad. Cuando llego a la recepción del hotel, y la atravieso con sinuosos movimientos, le veo de nuevo, atravesando la puerta principal, como si supiera que iba a bajar a por él.
Claro que lo sabía. Yo misma se lo ordené, desde el momento en que posó su mirada en mis ojos ambarinos.
Cuando llego a su altura, me responde con su cálida sonrisa. Yo dejo escapar una risa suave, y puedo vislumbrar en sus ojos claros cómo algo se derrite en su interior. Le tiendo la mano, y él la coge sin dudarlo. Le entretengo con una aireada conversación mientras atravesamos la sala, para que no se de cuenta de que nadie nos está mirando. Nadie nunca sabrá que un día este hombre cruzó este lugar, acompañado por una enigmática mujer desconocida.
No hay rastro del instinto animal que debería gritarle “¡Depredador!”. Está demasiado ocupado hablándome mientras cruzamos el pasillo.

Entramos en mi habitación, aún sumida en su suave oscuridad, rota por los leves haces de luz que entran por la ventana a medio cerrar.
Un ambiente que no hace sino aumentar el deseo que nos embarga. No parece importarle la inusitada frialdad de mi cuerpo, ni de mi aliento, mientras estudio cada centímetro de su cálida piel, mientras hundo mis manos en su liso cabello castaño, mientras entramos en el embriagador frenesí que la pasión.
Y es entonces, y sólo entonces, cuando me doy cuenta de quién estoy realmente enamorada. Puedo olerla con total nitidez, sentirla a través de su piel, corriendo por sus venas al compás del desenfrenado ritmo de su corazón. Puedo sentir una quemazón en la garganta, y una intensa convulsión en mi cuerpo, provocada por la sed.
Él no se percata del brillo que tiñe mis ojos color rojo oscuro.
Entonces, tras un suave y cálido beso en la parte inferior de la mandíbula, que se me antoja hasta cruel, acerco mi boca a la base del cuello. Mis blancos colmillos perforan su piel, hasta sentirla brotar de las heridas, descender por mi garganta, resbalar por la comisura de mis labios.
Todas las noches me enamoro de la misma forma, y todas despierto con el corazón roto.

Pero la culpa es mía. Sé lo que pasará mañana, cuando despierte el alba y no pueda salir de mi habitación hasta el anochecer. Sé que volveré a desesperarme, sé que volveré a llorar en silencio, sentada en la cama, encogida sobre mí misma, sumergida en la maldición de mi soledad.
Y no habrá nada ni nadie que pueda ayudarme, nada ni nadie que pueda darme lo que desde hace tiempo tanto anhelo.

Pero la culpa es mía, sólo mía.

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