Sueño Estigio


Silenciosa y lentamente, la nieve cae incesantemente.

Son lágrimas granizadas que caen sobre un paisaje ya blanco. Como si llevase ya varios días nevando. El mundo está callado, bajo el amanecer, porque sigue soñando. Sólo me parece escuchar el río quebrar la quietud con su canto.
Este río es rojo, de intenso color carmesí. Tiñe la tierra y la nieve de un intenso tono rubí. Es extraño, debería asustarme, pero todo está tan tranquilo aquí... Sus aguas se arremolinan, turbias, oscuras, sin dejar ver el fondo. Si presto atención, tal vez, pueda oír un chapoteo en lo hondo.
Su corriente mece ramas, árboles retorcidos que, sin sus hojas, espantan. Mas sus negros troncos lucen cubiertos de una suave película escarchada. Revestidos de diamantes de agua, parecen obras de arte talladas en obsidiana y plata. Un regalo desinteresado de esta dulce nevada.

Desde mi punto de vista, un viejo y grueso tronco emerge desde la corriente. Hace años fue un árbol grande, orgulloso e imponente. Su armadura, corteza negra y madera resistente. Su vida, sabia fluyendo en un ritmo ascendente. Haciéndole crecer, retando a algún viejo Dios, alzando sus ramas en su duelo. Su sabiduría, sus raíces, profundas, pacientes, fuertes; hundiéndose más y más en el suelo.
¿Qué debió pasarle a ese árbol para terminar caído, mero puente entre dos lado de esté río? Me pregunto, elucubro, cavilo. Tal vez un rayo lo haya partido. Tal vez un leñador lo derribó. O quizá el viento haya sido, ganándole la batalla hasta verlo sumergido.
Sus fuertes raíces ahora asoman sobre la corriente, bajo la aurora. Tiemblan, frágiles, dóciles. Sin la tierra han perdido su poder, la brisa juega con ellas y las hace estremecer. Hasta me parece oír sus chasquidos cuando se doblan y se retuercen, en una serie de espasmos que parecen no quererse detener.

Dónde estoy, no lo sé. Tengo frío, siento sed. Mas sé que beber de este agua, un acto prohibido es. Sagradas son sus curvas, sagrado su color carmín. Por mucha sed que tenga, este agua no es, ni será, para mí. Pero puede que, con suerte, si haya algo que pueda beber por aquí.
Más allá del bosque de escarcha que cierra el paisaje, observo colinas, observo mundo. Suaves, se amontonan cada vez más al fondo, cada vez más turbio. Parece que hay niebla, o eso vislumbro. O tal vez se adivina tormenta.

Ahora que me fijo, ¿y los animales? ¿Dónde están sus chapoteos, su chirridos, sus cantares? ¿Acaso no hay seres vivos en este bosque? Ni un pájaro volando. Ni un alma a la vista. Nada ni nadie responde. Un río rojo, nieve, árboles de ébano y cristal es todo lo que este lugar esconde. Quizá ni los árboles estén vivos. Quizá sean negros porque hace mucho que se quemó este sitio. 
O puede que esto sea un sueño. Quizá todo esté en mi cabeza, y por eso no tiene sentido. Sin pensarlo levanto la mano y me pellizco. Duele. Mas no despierto. Sigo perdido en medio de este bosque nevado y desierto. Con estas aguas rojas siguiendo su curso incierto. ¿A dónde van, de dónde vienen? Todo a mi alrededor es misterio.

Por la luz parece que amanece. Pero el cielo está gris y no me oriento. Espero un rato a que éste se despeje. Así que me siento sobre la nieve y pienso… ¿Cómo llegué aquí? No me acuerdo. ¿He estado aquí antes? No lo creo. ¿He venido solo? Eso apuesto, pues no hay huellas ni oigo sonidos a lo lejos. Cada vez más seguro de que estoy dentro de un extraño sueño.

Durante horas espero y espero. Hasta el punto en el que, casi, me duermo. ¿Puede acaso uno quedase dormido en un sueño? Nada parece cambiar, no hay nada nuevo. Sólo la misma nieve cayendo sobre un río rojo y un árbol muerto. Finalmente, harto, me incorporo y me decido. Sin duda, para salir de aquí debe de haber un camino. Así muevo los pies en dirección a algún destino, sobre una nieve que no deja huella cuando me doy la vuelta y la miro. Doy un paseo, esquivo árboles, giro. Para mi desgracia vuelvo a encontrarme en el mismo sitio. No me cabe duda que de nuevo me he perdido. Vuelvo a intentarlo, esperando tener mas tino. Mas mis pasos solo trazan círculos sin sentido. Lo quiera o no siempre aparezco ante el mismo tronco, las mismas ramas, el mismo río. No hay escapatoria, estoy atrapado en el centro del laberinto.

¿Dios, es esto a caso el Limbo? ¿Ese lugar de tiempo infinito? Tal vez mi alma haya trascendido, tal vez mi mente esté sacada de quicio. Mas dicen que el loco no es consciente de su locura. Tal vez sí me vuelva loco con tanta espera absurda.
Puede que sea la entrada al Cielo. Oh, Dios, si el agua es roja, ¿no será acaso la antesala al Averno? Por momentos me veo más y más atenazado por el miedo. En mi mente una voz grita: ¡No quiero, no quiero! Me empapo en un sudor rapaz y frío como el invierno. Al darme cuenta de que, posiblemente, estoy muerto. Aceptarlo ahora mismo no puedo, no puedo… Lloro llantos, grito, ruedo. Sobre esta nieve fría, entre gemidos de lamento. Algo se raja en lo más interno, la desesperación que llevo dentro. Cada vez más consciente de que estoy en lo cierto.

¡Oh, Señor, sea lo que sea lo que haya hecho, me arrepiento! Ruego aceptes mi perdón y acabes con mi sufrimiento. Si mi vida ha de terminar, que sea rápido, te lo ruego. Si alguna vez ves a aquellos a los que ofendí con mis palabras y mis actos, diles que lo siento. A mis hijos susúrrales en sueños que les observaré desde lo más alto del firmamento. A mi querida y dulce esposa, repítele mil veces que la quiero. A todos ellos, asegúrales que les echaré de menos. Que esperaré de corazón volver a verlos, aunque arda durante mil años en el Infierno. A todos ellos les dedico este último pensamiento. Pues a ellos les debo mi vida, mi gozo, mi memoria y cada momento.

Y entonces alzo la vista. Un rayo de luz se abre paso en cielo. Bajo el baño de luz, finalmente lo veo. Exhalo un último suspiro y no lo creo.

Las ramas no son ramas, sino miembros cercenados, restos rotos de armadura, de espadas quebradas y de caballos. Piezas esparcidas, en un collage desordenado. Un paisaje dantesco. Un suspiro ahogado. 
El grueso tronco del árbol caído, no es un tronco. Es mi brazo doblado en un ángulo cóncavo, roto. Y sus retorcidas raíces son mis dedos, dislocados y tensos, temblando bajo el frío tacto del hielo.

Las colinas lejanas son cuerpos. Sí, los veo. Lo son. Cuerpos rotos, demacrados, sin vida, ni voz. Rostros desfigurados en una gélida y monstruosa expresión. Torsos mutilados sin movimiento ni calor. Compañeros, amigos, familias perdidas en un llano nevado, regado de sufrimiento, abonado con el dolor. Banderas rotas que ondean sin ninguna gloria ni honor.
El río, no es un río. Es el arroyo formado por la sangre de los caídos. Sus meandros son los pliegues del rojo manto de la Muerte, arremolinándose entre los cuerpos que sangran como si en vez de agua se llevara su vida. Que nace en una figura de cabellos negros y ojos sin pupila. Que me mira sin ver, me contempla y me examina. 

Que me tiende la mano con una dulce sonrisa.

Sólo hay silencio, nada queda, mientras asciendo. Luz que me atrapa en un suave y misericordioso abrazo, que me arrulla en el silencio.
Mientras asciendo miro hacia abajo y comprendo. Veo imágenes de lucha, de temor, de violencia y tormento. El Final ha llegado, y lo que quede, se lo comerán los cuervos. Y no puedo evitar yo también sonreír mientras levanto la mirada y observo…

… cómo silenciosa y lentamente, la nieve cae incesantemente.

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