Revange Time

Ambientación: Dredd (2013)

América es un vertedero radiactivo, y en su interior se erige una ciudad. 
Fuera de las murallas, el desierto. Una tierra maldita.  
Dentro de las murallas, una ciudad maldita que se extiende desde Boston hasta Washington D.C. 
Un paisaje de asfalto ininterrumpido. 800 millones de personas viviendo entre las ruinas del viejo mundo y las megaestructuras de un mundo nuevo.  
Megabloques. Megautopistas.  
Megacity 1. 
Convulsa, asfixiante, derrumbándose bajo su propio peso. Ciudadanos temerosos de la calle, las armas, las bandas. Sólo hay una cosa que lucha por el orden entre el caos.  
Los hombres y mujeres del Departamento de Justicia. 
Jurados.  
Verdugos.  
Jueces.


Tu-tum.
Tu-tum.
Tu-tum…

Ritmo, compás, tambor… Cadencia de dos tiempos infinita y taladrante. Era como un martillo golpeándole las sienes. Recordándole el paso lento e insufrible del tiempo, suspendido en la nada y desesperado en la oscuridad.

Sentado en la barra del bar, el chico desgarbado y de aspecto desaliñado posó lentamente una mano sobre su ante brazo izquierdo, y retiró la manga de su desgastada chaqueta de cuero hacia atrás. La luz del fluorescente que chascaba, titilando, reveló el color pálido de su piel bajo manchas de suciedad y sangre. Sobre las venas remarcadas de su muñeca izquierda, contrastaba la tinta negra del código que le imprimieron, hacía ya cinco largos años.
Que había llegado a detestar.
Que había llegado a temer.
Que había le había llevado hasta allí.

Tu-tum.
Tu-tum.
Tu-tum…

El joven hundió sus uñas largas y sucias en su piel, y la rasgó lentamente. Notó el dolor desgarrando sus nervios y culminando en la sangre que surgió bajo el paso de sus dedos. Las dos manos le temblaron en el proceso. Una, por la fuerza con la que arañaba su propia carne. La otra, cerrada en un puño que remarcaba los nudillos por la tensión, resistiendo la sensación.
Prefería sentir sus nervios chillando de dolor bajo su piel, a que aquel maldito ritmo le retumbara en la cabeza.

El fluorescente volvió a chascar de nuevo, emitiendo un sonido algo más intenso, casi amenazador. El barman al otro lado de la barra dejó a un lado el vaso de cristal que estaba limpiando con un trapo grasiento. Miró hacia arriba, arrugando el gesto al mirar la luz parpadeante, provocando que su mostacho canoso se torciera en una mueca casi cómica. La lámpara llevaba ya tiempo fallando, pero esa era la primera vez que empezaba a hacer cosas realmente “raras”.

- Tengo que cambiar esa maldita luz… - masculló, colgándose el asqueroso trapo al hombro.
- Si vas a gastarte el dinero en algo, Nick, al menos que sea en limpiar el maldito baño. Ese estercolero empieza ya a oler a muerto…

El que había hablado, había sido el único cliente presente en aquel bareto de mala muerte, aparte del joven desconocido. De hecho, esas dos frases habían sido toda la conversación que había habido en el tugurio desde hacía más de una hora y media. Nadie más había entrado ni salido del local desde que el extraño chico había entrado.

Tu-tum.
Tu-tum.
Tu-tum…

Aquel maldito ritmo estaba socavando su paciencia. Hundió más los dedos en su piel. El dolor le provocó un latigazo que terminó en un leve tic. Pero consiguió hacer callar al tambor. La sangre formó cuatro hilos de sangre paralelos que recorrieron su antebrazo y cayeron sobre la barra.

El barman volvió a su tarea, mascullando algo sobre lo mal que estaba el negocio y la poca culpa que tenía de que sus clientes fueran unos asquerosos, reordenando todo lo que, de por sí, estaba bien ordenado. Ordenado y asqueroso a partes iguales. Resultaba curioso ver que el orden no tenía por qué ser precisamente sinónimo de limpieza. Al pasar frente al muchacho, el cual había dejado de arañarse, y mantenía la cabeza encapuchada baja entre dos hombros hundidos; el dueño y camarero se apoyó en la barra. Miró de arriba abajo al chico, y volvió a torcer el gesto al ver que la copa de alcohol barato que le había servido seguía intacta, frente a él.

- ¿Vas a querer algo más, joven? ¿O prefieres que te pase la cuenta? – le preguntó el barman.
- Déjale Nick, le gusta calentar el vaso. – se rió el otro, con una carcajada aguardientosa.

El chico, no obstante, alzó por fin la cabeza. Dos iris azules con manchas color avellana, inyectados en sangre y enmarcados en un rostro de ojeras profundas y facciones marcadas, encararon al hombre. El barman se enderezó y se tensó, sintiéndose inseguro de repente ante aquella mirada fría que lo taladraba detrás de un flequillo negro y oscuro.
El chico simplemente sonrió, y se llevó la mano derecha al bolsillo de la chaqueta. Nick tanteó con la mano disimuladamente bajo la barra, hasta que sus dedos se toparon con el frío contacto metálico de su escopeta.

- Si pudiera dejarme aquí la botella y poner algo de música, se lo… - sacó la mano, y dejó un grueso fajo de billetes en la mesa. - … agradecería mucho.

El barman suspiró con alivio, y retiró la mano del arma escondida. Recogió el fajo sin preguntar, y complació a su cliente. Dejó la botella en la barra, y encendió la destartalada jukebox del local. Empezó a sonar una música hipnótica que, gracias a Dios, logró acallar aquel maldito tambor.

http://www.youtube.com/embed/mpwNtR3StHU


El barman se acercó de nuevo al chico, mientras contaba el dinero del fajo. Le miró de reojo un par de veces. El joven por fin se enderezó un poco, y se retiró la capucha de la cabeza. Su rostro aparentaba más edad de la que realmente tenía. Su cabeza estaba rapada por los lados, y tenía marcas rojizas en los laterales del cráneo, como cicatrices. Esa vez, Nick no pensó mal de él. Desde luego, el dinero en su mano pesaba más que sus prejuicios.

- ¿Hay algún otro “servicio” que pueda proporcionarte, joven? – le preguntó.
- De hecho, sí, viejo… - sonrió el chico, clavando de nuevo sus ojos en él. – Estoy buscando a una persona. Y me han dicho que hace tiempo solía venir por aquí. Así que pensé que tú me podrías ayudar a encontrarla. – hablaba con voz raspada, profunda.

Del bolsillo interior de su chaqueta, el chico sacó un trozo de papel amarillento con un nombre escrito. Se lo pasó al barman.

- Hace mucho que se fue de esta parte de la ciudad. – le explica. - ¿Qué interés tienes en este nombre? – quiso saber, enarcando una ceja tan canosa y poblada como su mostacho.
- Es una vieja amistad. – su voz ronca arrastró las palabras de una forma un tanto inquietante. – Hace mucho que no nos vemos, y he perdido su rastro. Pero se que tú sabes dónde vive ahora.
- ¿Qué te hace presuponer eso? – Nick volvió a bajar la mano, tanteando la escopeta.
- Eres el único que queda por aquí vendiendo slow-mo tras la redada de Peach Trees. – sonrió de nuevo el chico, y se encogió de hombros. – Tranquilo, no estoy aquí por la droga. Sólo quiero saber dónde está esa persona, lo que hagas con tu vida no es problema mío.
- Sabrás que esa información te va a salir cara, ¿no? – Nick no soltó la escopeta bajo la barra.
- Y tú sabrás contar, ¿no? – respondió el joven, enarcando también una ceja. - ¿O a caso la mano no te pesa lo suficiente?
- ¿Cómo sé que no eres un infiltrado del Departamento de Justicia?

Uno de los párpados del chico sufrió un tic, y el fluorescente zumbón e intermitente se iluminó intensamente un milisegundo antes de explotar interiormente y fundirse del todo. Los otros dos presentes dieron un respingo. El muchacho, no obstante, ni se inmutó.

- ¿Seguro que sabes contar? – volvió a preguntar con deje burlón.
- ¡Venga Nick! ¿Te ha pagado, no? – inquirió el compañero, levantando su obeso cuerpo de las dos banquetas metálicas que estaba usando para apoyar ese despropósito de carne y grase flácida que era su trasero. - No atosigues al chaval, con ese dinero podrás reparar todas las malditas lámparas de este antro que llamas bar. – el hombre alzó un dedo regordete hacia el que acababa de explotar.
- Está bien, está bien. – el barman se guardó el dinero en el bolsillo, y cogió el trozo de papel y un bolígrafo que tuvo que frotar varias veces para que consiguiera escribir. – Te daré su dirección.
- Muy amable por tu parte, viejo… - el apelativo provocó que Nick volviera a mascullar algo.

El tipo obeso entonces se acercó a la barra. Cada paso hacía templar las rejillas del suelo. Se tambaleaba levemente, señal de que llevaba ya unas cuantas copas encima. Eructó y se rascó su enorme pandero, y apoyó uno de sus enormes manazas en la pringosa superficie de la barra.

- A mí me pones la última y me largo Nick. – le dijo al otro, desenfundando su billetera. – Esta noche ponen mi programa en la tele…
- Ese maldito canal porno de pago te está quitando la mitad de tu sueldo. – le recordó el barman. - Esta vez no pienso apuntártela en la cuenta, ¿hm? – le advirtió, devolviéndole el papel escrito al curioso joven.
- Sí, sí, lo que tú digas tío tacaño.

Mientras el dueño servía la otra copa, el joven se guardó el papel de nuevo en el bolsillo interior de la camisa. El otro tipo, entonces, se percató de la herida reciente en el brazo, y por extensión, en el código tatuado en su muñeca.

- ¿Has estado en los iso-cubos? – le preguntó de pronto al chico.

El barman dejó la cerveza en la mesa, y se quedó mirando a su compañero con silencioso reproche. El otro, no obstante, no se dio por enterado. Sólo podía mirar al muchacho moreno con curiosidad.

- Sí. – contestó, sin inmutarse, como premio a su obviedad. – Me soltaron esta mañana.
- ¿Cuánto tiempo has estado?
- Diez años.
- ¿¿Diez?? – el obeso lo miró de arriba a bajo. - ¡Yo estuve un par de semanas por vagancia! – el gordo mostró su muñeca con michelines, donde se adivinaba el borrón de lo que en su día también debió ser un código. – Salí de allí, no queriendo volver a entrar nunca. Pero seguro que sabes de lo que te hablo, ¿no? Diez años es mucho tiempo… 
- Barry… - trató de advertirle el otro.
- ¿Qué demonios hiciste? – el tipo parecía dispuesto a interrogar al chico. Cogió su cerveza entre los dedos, y le dio un trago, derrapando parte de la espuma por la comisura de sus labios y por su enorme papada ondeante.
- Cabreé a un juez. – el chico cogió con los dedos el vaso que llevaba ya rato frente a él, inmóvil.
- ¿Y ya está? – el tal Barry se limpió las morgas con la manga de la chaqueta.- ¿Sólo eso?
- Y provoqué un incendio. – añadió el chico, dándole por fin un trago a su copa.

El tipo obeso se carcajeó en su cara. El barman volvió a mirarle en clara advertencia, pero de nuevo fue ignorado.

- ¿Eres un tarado pirómano, es eso? – alegó, sin dejar reírse. – Si que se os va la neurona pronto a los jóvenes…
- Barry, cierra esa maldita bocaza… - nuevo aviso del barman.
- ¿De dónde has dicho que eras? – Barry seguía existiendo, le parecía divertido y todo.
- No lo he dicho. – el chico parecía mantener la calma mientras le daba otro trago al vaso.

Tu-tum.
Tu-tum.
Tu-tum…
De nuevo ese sonido en rebotándole en las sienes. Pero esta vez, acompañado de la verborrea incontenible que salía a borbotones por la rechoncha boca de aquel tipejo insoportable.

- ¿Eres de este sector? – el gordo le dio otro trago a la cerveza, y esa vez se llenó de espuma hasta el cuello de la chaqueta.
- No, yo nací en el sector 298.
- ¡Yo también! – exclamó el otro, con ilusión y todo, y le dio un desagradable puñetazo en el hombro al chico, como muestra de camaradería. - ¡Yo soy del Megabloque Whitepeak!
- Yo del Oasis.

Su respuesta hizo que el barman empezara a ponerse nervioso.

- ¡Vaya! Ah, espera, espera… - el hombre eructó de nuevo y dejó el vaso de cerveza en la barra, y puso cara de esfuerzo mental, intentando hacer memoria. – Oasis, Oasis… ¿No fue ese el bloque que se quemó hace…?
- ¿… diez años? – sonrió el chico, dejando el vaso vacío en la mesa.

Hubo un silencio sepulcral.

El barman volvió a posar la mano en su escopeta, ya visiblemente tenso.
Si fue por la borrachera, o sencillamente porque el pobre tipo era más tonto de lo que aparentaba, no se sabe. Pero sencillamente, fue incapaz de hacer la conexión sináptica necesaria para interpretar bien aquella conversación. Simplemente se rió, y le ofreció la mano al chico.

- Encantado de conocer a un camarada del sector 298, no solemos sobrevivir muchos de allí…
- No te atrevas a ponerme a tu nivel, bola de mierda, ni a volver a tocarme. – alegó el chico, sin siquiera dignarse a devolverle la mirada. – O tendrás que engullir los perritos calientes por un jodido tubo el resto de tu vida, si ese cáncer hormonal que tiene no te mata antes…

De nuevo silencio. Esta vez roto por el sonido del jukebox terminando de reproducir la canción y saltando a otra.
http://www.youtube.com/embed/KE1GoVlBUqg


- ¿Qué me has llamado, pedazo de niñato?

Tu-tum.

- Bola de mierda. O de grasa con mierda. Lo que más asqueroso te parezca.

Tu-tum.

- Acabas de cometer un error tremendo, chaval…

Tu-tum.

Se escuchó un chasquido metálico: el barman había sacado su escopeta, y por fin la había cargado, apuntándolos a los dos.

Tu-tum. Tu-tum.

- Si vais a daros de hostias, iros fuera. No quiero broncas en el bar… -les avisó.

Tu-tum, tu-tum, tu-tum…

- ¡A la mierda el bar Nick! ¡Este renacuajo se va a entrar de lo que pasa cuando llamas “gordo” a Barry!

Tu-tum-tu-tum-tu-tum-tu-tum…

La mano del chico voló rápida, y plantó su palma en la cara regordeta el hombre, aplastándole la nariz. Y acto seguido, el cráneo de aquel desagradable y ruidoso individuo explotó con un sonido líquido, al tiempo que carne, sesos y hueso se desperdigan en todas direcciones. Cuando su cabeza se volatilizó, las arterias de su cuello desmenuzado escupieron sangre a presión, y después del cuerpo se cayó pesadamente hacia un lado, como un plomo. Las rejillas del suelo se hundieron bajo su peso, y el bar entero tembló ante el choque de aquella mole descabezada.

El chico sacudió la mano, y se miró la chaqueta llena de sangre. Podía sentirla, cálida, manchándole la parte izquierda de la cara y el pelo revuelto. Con un suspiro hastiado, se levantó de la silla, cogiendo la botella de vodka barato, cuya etiqueta también había quedado ilegible por la sangre.

- Ya estabas empezando a caerme gordo… - masculló en voz baja.
- ¡O-oye! ¡Tú! – reaccionó por fin el barman, que también había terminado salpicado de sangre, y sujetaba la escopeta con manos temblorosas. - ¿Le-le-le has… disparado??

El joven no le respondió. Ni le miró. Registró el cuerpo inerte buscando algo de interés en sus bolsillos de enormes proporciones, pero no encontró nada a parte de un inhalador de slow-mo con una recarga sin usar, que decidió quedarse.

- ¡Quieto! – le amenazó el barman, sin dejar de apuntarle con la pistola, y trastabillando hasta el lado de la barra donde estaba el teléfono. – ¡Si te mueves, te vuelo las rodillas! ¡Voy a llamar al Departamento de Justicia! – le amenazó, mientras empezaba a pulsar botones.
- Hm… - el chico no obedeció. Se alejó del muerto, y se acercó a la silla donde estaba antes, abriendo la botella de vodka. – Tenencia de armas. Consumo y distribución de narcóticos. Te van a caer unos cuantos años en los cubos, si no la perpetua. ¿Seguro que quieres llamar a los jueces? – le dio un trago a la botella.
- ¡Prefiero una cadena perpetua a que me maten por cómplice de asesinato! – alegó el otro, con voz desesperada. El joven se rió con ganas. – ¡¡Y ahora tira el jodido arma que escondes y estate quieto o te disparo!!
- ¿Con una escopeta de fogueo? No lo creo… - alegó el chico, con una sonrisita divertida, rebuscándose en los bolsillos en busca de sus cigarrillos.

El barman se quedó lívido. Cómo había podido saberlo ese chico era algo a lo que no le encontraba lógica… El chaval siguió sin mirarle, parecía muy ocupado mientras se ponía el cigarrillo tras la oreja, y cogía el mechero. Entonces la voz sonó por el auricular del teléfono:

- Departamento de Justicia, está hablando con emergencias. Por favor, indique su posición actual…
- Ya que les tienes en línea, ¿les puedes dejar un mensaje? – preguntó el joven, mirando el papel y quemándolo con el mechero, y acto seguido dejándolo caer al suelo.
- ¿Qué…? ¿¿Mensaje, qué mensaje??

El joven moreno le dio otro trago a la botella. Se dio la vuelta girando sobre sus talones, tirando el vidrio a un lado, dejando que derramara el resto de su contenido. Se llevó el cigarrillo de la oreja a la boca, y se dirigió hacia la salida lo encendió, diciendo justo al abrir la puerta:

- Boom…

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